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Esta no es otra historia de éxito corporativo.
(Esta es la historia de un tipo que aprendió a ser el CEO de su vida)
Oye, ¿te cuento un secreto? Todo el mundo cree que la vida es una escalera corporativa. Que subes peldaños, agarras el título más largo, el sueldo más gordo y… ¡zas! Felicidad garantizada.
Qué gran montón de mierda.
Descubrí que la única forma de ser verdaderamente imparable en el trabajo es dejar de ser el empleado de tu propia vida. Cuando aprendes a ser el CEO de tu paz mental, pasas de apagar fuegos a prevenirlos. Y eso, en el mundo real, se traduce en equipos estables, menores tasas de rotación y una operación que funciona incluso cuando tú no estás. Es el negocio más rentable que encontrarás.
La vida no es una escalera.
Es un videojuego de esos viejos, lleno de pantallas inesperadas, jefes ogros que te hacen sacar un ojo de la cara (en el mejor de los casos) y power-ups que encuentras en los sitios más raros.
Y todo comenzó con una pantalla de MS-DOS parpadeante.
Desde niño, las máquinas me hablaban.
Mi papá, un ingeniero civil que dedicaba su vida a servir, y mis abuelos, agricultores, pero sobre todo, el apoyo de mucha gente en el pueblo, veían cómo yo desarmaba un radio para verle las tripas y decían: "Este niño tiene un don". Mi mamá, en cambio, rezaba para que ese "don" no me convirtiera en un ermitaño que solo hablaba con circuitos.
Aunque varias veces pensó que yo sería sacerdote.
Lo que ninguno de ellos sabía es que yo no solo quería entender a las máquinas; quería, como mi papá, mis abuelos y muchos en mi familia, servir a las personas.
Por eso me hice ingeniero.
Pensé que el servicio era instalar un servidor sin que explotara.
Y vaya si lo hice:
fui el empleado de un café internet (si hace años existían esos lugares donde las personas iban a alquilar tiempo para usar internet) que arreglaba impresoras con cinta adhesiva,
el asesor de call center que aguantaba berridos por teléfono,
el ingeniero de soporte que era dios para el que no podía usar su conectividad.
Subí.
Y subí.
Director de Mesa de Servicios.
Gerente de Soporte.
Si, el tipo con el traje caro y la cara de preocupación permanente.
Mi obsesión por el servicio me llevó a empapelar la pared con certificaciones:
ITIL, COBIT, ISO...
Yo era el Mago de los Procesos.
El Jedi de los KPIs.
Podía alinear tecnología y negocio con los ojos vendados.
Lideré equipos en la pandemia desde mi sala, en pijama, viendo cómo el mundo se volvía loco.
Peleé contra dos ciberataques épicos donde hackers con malas intenciones quisieron dejar a miles de empresas en pañales.
Y ganamos.
Siempre ganábamos.
Me sentía imparable.
Un superhéroe corporativo.
Hasta que el universo, que tiene un humor negro bastante jodido, decidió bajarme los humos.
Fue en medio del segundo ciberataque.
El estrés era una niebla tóxica que llenaba la pantalla del Teams.
De repente, Roberto, mi right hand man, mi roca, el tipo más duro que conocía, empezó a hablar con una voz que no era la suya. "Jefe, no me siento bien".
Minutos después, su esposa me llamó.
Ataque de ansiedad.
Y al Hospital.
En ese momento, mi mundo de procesos perfectos y cuadros de mando impecables se hizo añicos.
¿De qué servía salvar la empresa si perdíamos a nuestra gente?
¿De qué mierda servía mi título de director si no pude ver que mi compañero de luchas se estaba desmoronando?
Ahí lo entendí.
Me había pasado la vida siendo el CEO de la oficina y un simple empleado en mi propia vida.
La empresa te reemplaza en dos semanas.
Tu familia, tus amigos, tu paz… eso sí es irremplazable.
Ese es el negocio más importante.
No te voy a vender humo.
No superamos todos los problemas.
En las fusiones corporativas, algunos amigos cayeron en el camino.
Esos son los duelos que no salen en el currículum.
Pero aprendimos.
Aprendimos a poner firewalls no solo en los servidores, sino alrededor de nuestro tiempo y nuestra salud mental.
Hoy, ya no soy solo el ingeniero.
Soy el estratega,
el líder,
el tipo que ha visto cómo se apaga un datacenter completo y también cómo se enciende de nuevo la chispa en un equipo agotado.
Soy Carlos,
si te lo repito, porque lo importante hay que repetirlo dos veces,
soy Carlos, El tipo que te enseña a ser el CEO de tu vida, porque eres irremplazable en tu casa, no en tu oficina.
Y no estoy aquí para enseñarte a ser un mejor empleado.
Ni a subir esa escalera que no lleva a ninguna parte.
Estoy aquí para enseñarte a ser el CEO de tu vida.
Porque tú, en tu hogar, eres el puto amo.
Eres irremplazable.
Y tu mejor KPI no es la satisfacción del cliente;
es la sonrisa de quien te espera en casa.
Las máquinas se rompen.
Los procesos cambian.
Los hackers atacan.
Lo único que perdura es el impacto que tienes en las personas.
Ese es el servicio final.
Y ese, colega, es el único que de verdad importa.